Un equipo de biólogos canadienses liderado por Locke Rowe ha descubierto que la sola presencia de un depredador puede causarle suficiente estrés a una libélula para causarle la muerte, incluso aunque la amenza no sea real. Las larvas expuestas a la presencia de peces o insectos potencialmente peligrosos tuvieron un índice de supervivencia 2,5-4,3 veces menor que aquellas no sometidas al mismo estrés. Los científicos observaron también que el 11% de las libélulas juveniles en presencia de depredadores moría en el proceso de metamorfosis, frente al 2% de la libélulas libres de ellos.